Hará unos días volví a ponerme un dorsal, parecía algo ya olvidado que quedaba muy lejos en el tiempo.
Llevábamos una vida rutinaria muy controlada y programada, salíamos a entrenar con amigos, compartíamos charlas y motivaciones. Trabajábamos con cierta normalidad y nos dábamos abrazos con nuestros familiares. Hasta que un día todo cambió.
Durante el confinamiento intenté seguir con mis rutinas diarias de entrenamiento, pero poco a poco la motivación fue decayendo debido también a la falta de objetivos y competiciones. Aun así me propuse seguir haciendo deporte de mantenimiento para que cuando llegara el día no hubiese perdido toda la forma física.
Más de un año después, hablando en casa surgió hacer una competición. Aun teniendo miedo de competir con cientos de personas, había unas normas que me daban cierta seguridad. Se corría de forma individual y era “obligatorio” el uso de la mascarilla durante toda la prueba.
Llegó el tan ansiado día de la prueba. Volver a madrugar, con todo preparado y al llegar a la salida empecé a recordar emociones olvidadas. Saludar a amigos que hacia años que no veía y compartir nuestras sensaciones.
Tres, dos, uno… ¡salida! Empezó la carrera muy temprano, sin apenas personas por las calles aunque las que había junto con los voluntarios se hacían notar. Conforme fue avanzando la mañana, los ánimos y los aplausos de los espectadores fueron subiendo de nivel hasta el punto de volver a antiguas sensaciones olvidadas. Esos ánimos fueron la mayor recarga de energía que he tenido en años.
El resultado de la prueba era lo de menos. Después de mucho tiempo volví a sentirme satisfecho con el esfuerzo realizado y sueño que próximamente todo vuelva a ser como era antes.
Con ganas de que llegue la próxima.